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El poder de la Mayoría satisfecha continúa vigente



Lo primero que pensé cuando vi el título de “La cultura de la satisfacción” es que era bastante contradictorio tratándose de un libro sobre economía. Además, el subtítulo “Los impuestos, ¿para qué? ¿Quiénes son los beneficiarios?” tampoco ayudaba a esclarecer mis dudas. Sin embargo, desde una perspectiva más aventajada, tras su lectura, es fácil comprender porque el autor, John Kenneth Galbraith, decidió titular así su obra.


El nombre del libro hace referencia a la clase social que Galbraith denomina “la Mayoría satisfecha, la Mayoría Electoral satisfecha o, en una visión más amplia, la Cultura de la Satisfacción”. Esta se refiere, únicamente, a la mayoría de los ciudadanos que realmente votan. “Aunque la renta defina, en términos generales, a la Mayoría satisfecha, nadie debería suponer que sea profesional o socialmente homogénea”. Así, el autor afirma que incluye a los directores de grandes empresas, a sus mandos medios y superiores, y a los subalternos con sueldos garantizados. Pero también, a la moderna clase profesional (abogados, médicos, periodistas…), al proletariado que recibe dos sueldos, a los agricultores y a los ancianos que viven de jubilaciones u otras asignaciones.


Sus intereses podrían sintetizarse así: la primera característica de la Mayoría satisfecha es la afirmación de que “están recibiendo lo que se merecen en justicia”. Su fortuna es recompensa del mérito, de su inteligencia y de su esfuerzo. Por tanto, “la equidad no justifica ninguna actuación que reduzca lo que se disfruta o podría disfrutarse”. De esta manera, creen que las subvenciones sociales deben ir dirigidas a ellos, y no a las clases más desfavorecidas, ya que son ellos los que pagan los impuestos.


La segunda característica que les define es “su actitud hacia el tiempo”, es decir, se rigen por la teoría del laisser faire que sostiene que al final todo saldrá bien. “El coste de la actuación recae o podría recaer sobre la comunidad privilegiada, podrían subir los impuestos”. En cambio, los beneficios de esta intervención se verían a largo plazo y, por tanto, serían otros quienes los disfrutarían. Es por eso que sus intereses se basarán en el corto plazo y sus beneficios.


La tercera característica de la Mayoría satisfecha es “su visión sumamente selectiva del papel del Estado”. En muchas ocasiones, el Estado es visto como una carga. Sin embargo, “se han excluido de la crítica las pensiones profesionales, los servicios médicos de las categorías de ingreso superiores y las garantías financieras para los depositantes de bancos y cajas de ahorro en quiebra. Son firmes pilares del bienestar y la seguridad de la Mayoría satisfecha. Nadie soñaría con atacarlos”. También se han favorecido los gastos militares. Esto es, en parte, porque “el gasto en armamento, a diferencia, por ejemplo, del gasto en ayudas a los pobres de las ciudades recompensa a una muy acomodada clientela electoral”.


La última característica es “la tolerancia que muestran los satisfechos respecto a las grandes diferencias de ingresos”. Esta se justifica con que para ayudar a los pobres se bajan, también, los impuestos de los ricos.


Del mismo modo, pensé que un libro escrito en 1992 quedaba muy lejano. También es cierto que algunos creerán que 25 años no dan para tanto. Sin embargo, si lo pensáis bien, hemos cambiado de siglo e, incluso, de milenio. Esta diferencia, que a simple vista puede parecer poco, nos ha condicionado mucho desembocando en una época de cambios atropellados en los que el panorama internacional se ha visto afectado por diversos factores. Algunos de estos son la digitalización, Internet, la globalización y, el más temido, la crisis. Todos ellos continúan teniendo un papel protagonista.


En un principio me pareció evidente que el libro estaría desactualizado. Pero, contra todo pronóstico, poco a poco fui distinguiendo características similares a las de la sociedad y el sistema actual. “La cultura de la satisfacción” ofrece un mensaje sin fecha de caducidad, cuyo contenido tiene todavía sentido. El más claro ejemplo lo vemos cuando Galbraith defiende que “Ronald Reagan y George Bush son fieles representantes del electorado que los eligió”. Trasladándolo a nuestra época, lo mismo pasa con Donald Trump. Por muy escandaloso que parezca que sea el presidente de los Estados Unidos, Trump es el vivo reflejo de la población que lo ha escogido, la Mayoría Electoral satisfecha. Si analizamos más minuciosamente la situación, esto salta a la vista.


Entre otras cosas, el discurso electoral del actual presidente americano defendía: una reforma en las ayudas sociales, como es en el caso del Obamacare (un programa que hacía más asequible la sanidad); la intención de acabar las medidas de Obama en materia de inmigración; la reducción de los impuestos de la clase media; la eliminación de la normativa de verificación de antecedentes en la compra de armas de fuego; la pasividad de actuación ante el cambio climático. Como vemos, estos puntos coinciden totalmente con lo que Galbraith afirmaba que eran los intereses de la Mayoría satisfecha.


Creo que es interesante fijarnos en el último de los puntos. El laisser faire de Donald Trump ante el cambio climático coincide con uno de los ejemplos narrados por Galbraith en el libro. Explicaba que desde hacía unos años había una preocupación, en el nordeste de Estados Unidos, por la lluvia ácida provocada por emisiones de las plantas eléctricas del Medio Oeste. Si bien es cierto que los efectos a largo plazo serían muy perjudiciales para el medio ambiente y para la salud de sus habitantes, “el coste para las empresas eléctricas y para sus consumidores sería inmediato y concreto. Mientras que el beneficio ecológico a largo plazo sería difuso, inseguro y discutible en cuanto a la incidencia específica”. De esta misma forma queda reflejada la política de Donald Trump, cuya Administración ha asegurado que no gastará ni un dólar en combatir el cambio climático porque lo consideran un “despilfarro” de dinero. Una actuación de este calibre comportaría beneficios futuros mientras que en el corto plazo solo supone perdidas.


Como crítica tengo que añadir que, aunque el contenido es bueno, las formas son tediosas y ensombrecen su mensaje, minimizándolo. Es un libro con una narrativa densa y compleja. En ocasiones, encuentras frases demasiados largas, con pocas pausas, que producen una sensación abrumadora, tanto por la complejidad del contenido como por la forma de ser explicado.


Una vez conocido el mensaje que “La cultura de la satisfacción” intenta transmitir, es fácil dar respuesta a la pregunta que John Kenneth Galbraith planteaba en el subtítulo: “Los impuestos, ¿para qué? ¿Quiénes son los beneficiarios?”. Así, los impuestos y la mayoría de las políticas sirven para mantener la satisfacción de la Mayoría satisfecha, y los beneficiarios son y serán siempre ellos.


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